Es interesante que se hagan encuestas en las que se pregunta a la población si sería capaz de seguir viviendo tras una desconexión digital durante un mes. ¡Qué locura! Hay personas que tendrían que cambiar sus hábitos de vida y su sistema de comunicación con otras personas. Una tragedia, vamos.
Se trata de una problemática muy interesante, pero parece mucho más urgente que nos preguntemos qué haríamos si durante tres meses no tuviésemos energía eléctrica en nuestras casas. Y cuál sería nuestra actitud si además de esta desconexión nos damos cuenta de que el hecho de no poder acceder a la electricidad significa también que no podemos acceder a otros bienes elementales para la supervivencia.
¿Ir al dentista? Por favor, eso es un lujo. ¿Comprar una medicina que no se encuentra en la lista que cubre la tarjeta sanitaria? Es que no le cabe en la cabeza realizar semejante planteamiento a quien malvive en el contexto de la llamada “pobreza energética”, que es otra forma de denominar a la pobreza extrema.
La señora Rosa, a sus ochenta y un años, sin-vivía en soledad, probablemente después de haberse desvivido durante muchas horas en detalles mil al servicio de otras personas. No hace falta saber los pormenores de la historia de esta persona concreta porque hay más de un millón de mujeres mayores que viven solas, quizá no exactamente con un idéntico perfil, pero sí con muchos de los síntomas.
No poder calentarse en invierno, sobrevivir a la luz de una vela, dar la vuelta a la soledad sobre sí misma hasta que un día se provoca un incendio y el fuego nos ilumina y nos escandaliza. Que si el ayuntamiento, que si los servicios sociales, que si la empresa eléctrica, que ahora te demandamos… y que ella descanse en paz, que lo necesitaba. Y si esto sucede en un país que, según los informes oficiales, se encuentra en un ámbito de confort en el mapa, y además en la cuenca mediterránea, ¿qué sucederá con esos otros millones de personas que, especialmente en invierno, no tienen dinero para mantenerse al abrigo de una temperatura inclemente?
Estas últimas semanas he visto en La Rioja numerosos racimos de uvas en las cepas o tirados en el suelo. No iban a ser transportados a las bodegas porque había exceso de producción y la normativa, además de la estrategia de mantener la calidad y los precios elevados, aconsejaba actuar así. También recuerdo haber preguntado en otro momento por qué, en días de viento, algunos quijotescos molinos eólicos estaban parados, y cómo me respondieron que en ese momento no se podía almacenar la energía producida a causa de la superproducción.
Hay comida, hay energíaUno no entiende de economía y no está muy seguro de que haya que dejarla en manos de los economistas. Pero uno sabe que hay exceso de comida y exceso de energía y existen millones de personas que pasan hambre y sufren por no pagar los costes de una energía mínima, necesaria para la supervivencia, no ya para una vida digna.
No soy capaz siquiera de imaginarme cómo aguantar durante tres meses la carencia casi total de alimentación y la pobreza energética. Es un ejercicio que no me agrada. Aquí, en estos mínimos, es donde se demuestra la sensibilidad política para resolver los problemas con recursos que sí existen pero que no son reclamados con contundencia porque quienes sufren las carencias son precisamente las personas que no tienen voz. Todo lo demás es un amplificador de frecuencias que solo dura hasta el momento en que se apagan los ecos de una tragedia.
Artículo de nuestro vecino Jise Serna, publicado en Deia.