Vídeo reportaje del canal de Youtube bilbao arquitectura sobre el proyecto de poblado dirigido en Otxarkoaga, que se inició en 1959, que pretendía alojar a los habitantes de las chabolas en un barrio satélite con servicios y equipamientos, pero que tuvo dificultades para su desarrollo y consolidación.
Transcripción del vídeo a texto:
En el vídeo que dedicamos al fenómeno del chabolismo en Bilbao nuestro relato llegó hasta 1961 año en el que fueron derribados la mayor parte de los barrios de chabolas. Algunos de ellos resurgieron y se consolidaron con la construcción de nuevas viviendas, como Uretamendi y Máster, por ejemplo, pero la mayor parte de los asentamientos desaparecieron definitivamente sin dejar rastro. Los lugares ocupados durante un tiempo por las chabolas ahora ya destruidas y desaparecidas se reintegran de nuevo al movimiento industrial, a las zonas verdes de la gran ciudad y a la naturaleza.
Al final del vídeo planteábamos varias preguntas a las que prometimos dar respuesta. Una de ellas era si el chabolismo desapareció definitivamente de nuestra ciudad. Podemos responder a esta pregunta diciendo que de forma general los barrios de infraviviendas desaparecieron, al menos con la tipología con la que se habían desarrollado en los años 40 y 50, y aunque siguieron existiendo algunos pequeños asentamientos, fueron casos ya marginales y minoritarios. Existen referencias de chabolas construidas en la década de los años 70 en Monte Caramelo, Peñascal o en los alrededores de Otxarkoaga, Txurdinaga, Santutxu e Iturrigorri, por ejemplo. En marzo de 1981, un grupo de habitantes del entorno de Txurdinaga ocupó algunos edificios vacíos del ensanche de Bilbao en una acción que pretendía mostrar a la sociedad bilbaína que el fenómeno de esas viviendas de condiciones indignas aún no se había cerrado de forma satisfactoria y que además empezaban a surgir problemas de convivencia en las zonas de los asentamientos.
Dos años antes de los derribos, es decir, en 1959, se empezó a gestar un proyecto singular de viviendas sociales para acoger a los habitantes de los barrios de chabolas, proyecto que tuvo en su origen tanto razones políticas como intereses empresariales, así como la presión social ejercida desde algunos sectores de la iglesia, medios de comunicación y colectivos ciudadanos. Os vamos a contar la historia de este proyecto aquí en el canal Bilbao Arquitectura, vuestro canal.
En octubre de 1959, el gobierno aprobaba la creación de un polígono residencial en la zona de Otxarkoaga. La elección de estos terrenos, a más de 3 km del centro de la ciudad, respondía fundamentalmente a cuestiones económicas, ya que no existían otros terrenos tan baratos y con la extensión suficiente para albergar el ambicioso proyecto que se proponía. Unos meses antes ya se había presentado un avance del proyecto que se planteaba como un auténtico barrio satélite para hacer frente a la acuciante necesidad de viviendas. La tramitación se llevó a cabo con la máxima urgencia, y en los primeros meses de 1960, la dirección general de vivienda obtenía la autorización para promover el poblado dirigido de Otxarkoaga, dentro del marco de los poblados dirigidos que también se desarrollaron en otros puntos de España.
¿Qué era esto de los poblados dirigidos? El término «poblado» indicaba que esos núcleos de población no alcanzaban una cantidad suficiente de habitantes para ser considerados como núcleos urbanos y, además, eran operaciones de emergencia que funcionaban de manera simbiótica con núcleos ya existentes, en este caso, la ciudad de Bilbao, y «dirigidos» porque la administración gestionaba no solo la política de vivienda, sino también la decisión sobre programas, adjudicación y control de los pagos de los alojamientos.
En mayo de 1960 se inició la construcción de los bloques de viviendas, y poco más de un año después se inició la operación de derribo de las chabolas y el traslado de sus ocupantes, que empezaron a llegar de forma masiva al polígono. Como ya indicamos anteriormente, existen dos versiones sobre la etimología de Otxarkoaga. La primera, la más extendida, se basa en la raíz «Otxar,» que significa rubia silvestre, ya que en la zona debieron abundar en su tiempo las flores amarillas. La segunda versión hace referencia a una evolución del prefijo «otso,» que convertiría Otxarkoaga en el lugar en el que abundan los lobos.
El proyecto se encargó a un grupo de jóvenes arquitectos locales sin apenas experiencia, a excepción de los veteranos Pedro Ispizua y Juan Madariaga. Se organizaron en varios grupos de trabajo, convirtiéndose el proyecto en una especie de laboratorio de ensayo en el que experimentar nuevas tipologías residenciales. Se tomaron algunas influencias locales, como el proyecto de Solokoetxe de Calixto Emiliano Aman, del que ya hemos hablado en este canal, otras experiencias previas realizadas en los poblados dirigidos de Madrid y algunas experiencias más visitadas por los arquitectos en sus viajes a otros países. En definitiva, una oportunidad para investigar sobre los conceptos de la vivienda mínima que ya habían aparecido inicialmente en los años 30.
El decano del Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro, Ángel Cortázar, justificaba así su opinión favorable a que este grupo de jóvenes arquitectos desarrollara el proyecto: «En mi experiencia profesional, los arquitectos que tienen mejores ideas son los jóvenes, por dos cosas. Una, porque vienen recién salidos de la escuela y traen ideas y planteamientos sin macerar, y dos, porque no tienen la hipoteca del cliente que les estruja para no hacer cosas raras, tienen libertad de pensamiento. Véase una muestra de los últimos arquitectos jóvenes que han ganado concursos en el ámbito internacional, como el caso de John Hudson para la ópera de Sídney. También participaron otros arquitectos veteranos, como Luis María Gana, que proyectó el centro cívico en el que se incluyó un cine bien equipado, o Javier Sada de Quinto, arquitecto del Ministerio de la Vivienda, que intervino en el diseño de uno de los centros comerciales.
El polígono iba a ocupar un extenso terreno de más de 228,000 metros cuadrados que resultó de la suma de 50 parcelas correspondientes a 33 propietarios para acoger 3,672 viviendas subvencionadas y 18,600 habitantes. El presupuesto total fue superior a los 400 millones de pesetas. Era evidente que este proyecto no iba a resolver de forma global el problema de la vivienda en Bilbao, ya que solo en los asentamientos de chabola existían más de 26,000 personas. Era un primer paso, pero desde las propias instituciones se reconocía que el déficit de viviendas aumentaba cada día y era difícil de resolver.
El término urbanístico polígono aplicado al proyecto de Otxarkoaga había parecido por primera vez en la ley del suelo de 1956 y surge con el objetivo de atender las necesidades y posibilidades de actuación urbana con una rápida y urgente tramitación. De esta forma, la tramitación del procedimiento fue muy rápida dada la urgencia que precisaba la operación.
El polígono disponía inicialmente de una única salida hacia el centro de Bilbao, y algunos caminos existentes se renovaron y convirtieron en viales con dirección a Bolueta y Begoña. Dada la orografía irregular del terreno con fuertes pendientes, se optó por una adaptación de los bloques de viviendas a las curvas de nivel, lo que daría como resultado una composición urbana irregular y aparentemente desordenada. Los arquitectos optaron por liberar la mayor cantidad posible de suelo, y para ello, debían desarrollar unos edificios de mayor altura.
El conjunto terminó dividiéndose en tres agrupaciones de edificios separadas por las dos vaguadas existentes: una zona central con orientación norte-sur donde se ubican las cinco Torres. El grupo este con una edificación regular de bloques lineales, bloques en T y bloques en H, donde se incluyen dos Torres a modo de referencia vertical. Por último, el grupo oeste se dispone sobre las cotas mínimas y máximas del polígono y presenta una mayor diversidad de tipologías residenciales.
En el corazón del polígono se dispuso el centro cívico con distintos equipamientos, y en el extremo de la Plaza Central, la iglesia principal. Para los grupos escolares, se buscaron emplazamientos soleados. A todo ello hay que añadir los locales comerciales y otros servicios. Finalmente, se construyeron 110 bloques con 259 Portales y 3,676 viviendas.
Las viviendas se acogían al régimen de renta limitada subvencionada y debían contar con un mínimo de dos dormitorios, más la cocina, sala de estar y el cuarto de aseo. Para que quedaran incluidas dentro de la normativa de vivienda social, se diseñaron con una superficie útil de entre 40 y 50 metros cuadrados. El criterio fundamental era el de reducir los costes, y para ello, se ajustaron las dimensiones de los espacios secundarios como aseos y armarios empotrados, para que el precio de la construcción no rebasara las 1200 pesetas por metro cuadrado. Como novedad constructiva, se incorporaron huecos o patinillos para el paso de las instalaciones, facilitando las labores de mantenimiento posterior.
La construcción del polígono se realizó en un tiempo récord, en poco más de un año, se levantaron los bloques de viviendas con la participación de siete empresas constructoras y más de 5000 obreros. Hasta entonces, nunca se había realizado una construcción de tal magnitud en Bilbao.
Una nueva ilusión ha nacido en las chabolas, todos hablan de lo mismo, y hasta en la tasca se cuentan los días que faltan para la entrega de las llaves.
Cuando en agosto de 1961 se inició el traslado de los habitantes de los barrios de chabolas, El polígono de Otxarkoaga distaba mucho de estar completado en su totalidad. Calles, infraestructuras generales y edificios de equipamientos y servicios estaban aún en construcción o ni siquiera se había iniciado la misma.
Tampoco existía apenas transporte público. No es casual que la inauguración oficial no se produjera hasta tres años después, en 1964.
Ya comentamos aquí que en algunos casos, los chabolistas se resistieron a los realojos al no querer abandonar las casas que poco a poco habían ido reformando, convirtiéndolas, en algunos casos, en construcciones más sólidas, contando incluso con pequeños huertos y espacios para la cría de animales. Así que las sensaciones que tuvieron al instalarse en sus nuevas viviendas en los pisos de esos grandes bloques fueron diversas, al añorar su vida anterior, la adaptación a la nueva forma de vida no fue fácil. Se rompió la estructura social que se había generado en los barrios anteriores, y en muchos casos se perdieron las relaciones personales establecidas durante años de convivencia.
Tienes que ir a un piso, la gente no sale, no se adaptan los pisos porque es la libertad que tienes en un caserío, que no tienes vecinos que aguantar, ni ellos aguantan a ti, es una libertad total. Allí no hay gallinas, conejos, vacas, pero después, encontramos con enfrente ya no es lo mismo.
A pesar del amplio grupo de arquitectos que participó en el proyecto, lo que auguraba una variedad en el diseño de los bloques. Lo cierto es que el aspecto formal fue más bien monótono y anodino. Y aunque con algunas virtudes, el resultado final adoleció de ciertas carencias, tanto en cuestiones urbanísticas como en la calidad constructiva de las edificaciones. En el lado positivo, hay que destacar la atención prestada a cuestiones de higiene y salubridad, como la orientación, el soleamiento, la ventilación y los espacios libres dispuestos entre las edificaciones. También a la variedad de modelos de viviendas desarrolladas en el proyecto, con cinco tipos diferentes, con distribuciones funcionales de 2, 3 y 4 dormitorios, evitando circulaciones innecesarias y con un gran aprovechamiento del espacio. En algunos de los bloques se introdujeron novedosos sistemas de construcción prefabricada, como el Fiorio de patente francesa, que permitieron acortar los plazos de ejecución.
Pero pronto se detectaron fallos en aspectos como la disposición de los viales de circulación y en el acceso a los portales y locales. La relación de los edificios con el terreno circundante resultaba forzada en muchos casos, faltaba continuidad en los caminos peatonales que se fueron improvisando sobre la marcha, incluyendo gran número de escaleras. Y a nivel constructivo, las carencias más significativas se dieron en las fachadas, de ladrillo caravista o de paños enfoscados y pintados. Las prisas y los ajustes presupuestarios provocaron la ejecución de soluciones inestables. Las condiciones térmicas, sin ningún tipo de aislamiento, dejaban mucho que desear, las humedades eran habituales en el interior de los cuartos húmedos y se producían filtraciones.
Hay que tener en cuenta que el proyecto había sido redactado en 1959 cuando aún no existía una normativa que regulase las condiciones mínimas de habitabilidad ni las normas básicas de edificación. En cuanto a la distribución interior de las viviendas, en general, no fue del agrado de los nuevos vecinos, que durante los primeros años llevaron a cabo numerosas reformas.
Por último, la lejanía a la trama urbana siguió generando una sensación de desconexión y abandono despertándose de nuevo un sentimiento de desarraigo. Parecía que la historia volvía a repetirse años después en un nuevo escenario.
Para profundizar en la configuración y el desarrollo del poblado dirigido de Otxarkoaga, recomendamos en este caso dos publicaciones fundamentales que recogen gran cantidad de datos y documentación mediante unos exhaustivos trabajos de investigación. Por un lado, el libro del historiador Luis Bilbao Larrondo, publicado en 2008 bajo el título «El Poblado Dirigido de Otxarkoaga: Del Plan de Urgencia Social de Vizcaya al Primer Plan de Desarrollo Económico», en el que contextualiza el proyecto de Otxarkoaga dentro del panorama urbanístico y económico de aquellos años. Y por otro lado, el resultado de la tesis desarrollada por la arquitecta Miriam Varela Alonso en 2017, en la que analiza y desmenuza con precisión las tipologías arquitectónicas presentes en Otxarkoaga, así como los trabajos de rehabilitación propuestos para mejorar la calidad constructiva de sus edificaciones. Su título, «Ocharcoaga: El Polígono de las Flores Amarillas».
Algunos autores han establecido que con el tránsito del chabolismo a las viviendas de Otxarkoaga se pasó en realidad de un chabolismo horizontal a un chabolismo vertical. Otros autores han calificado al polígono como auténtico gueto o como una isla de hormigón al margen de la trama urbana. El desarrollo de Otxarkoaga y de otros polígonos residenciales significó un nuevo modelo de desarrollo urbano, polígonos que eran concebidos como pequeñas ciudades satélite en las que se debían desarrollar todas las actividades cotidianas sin necesidad de depender de la gran ciudad. Sin embargo, esto no ocurrió y en la práctica la mayoría de los equipamientos y dotaciones no llegaban a desarrollarse, convirtiéndose en zonas residuales con difícil acceso y escasa comunicación con el exterior.
Estos nuevos núcleos urbanos creados para albergar a una nueva sociedad acabaron transformándose en los nuevos suburbios de las grandes ciudades. Más allá de disquisiciones teóricas, los propios vecinos que llegaron a Otxarkoaga se han manifestado y han expresado sus opiniones, sus sensaciones y sus vivencias. Y quizás sea este el testimonio más importante. Queríamos venir y llegamos. Pues que no había edificios sin terminar, como el rascacielos de aquí, del centro cívico. El centro cívico estaba en el esqueleto. Las iglesias no estaban construidas; una de ellas estaba empezada, la otra tampoco. Porque es la del centro cívico. Tampoco había escuelas, porque nosotros decíamos claro, las escuelas estaban determinadas donde íbamos a ir.
En definitiva, Otxarkoaga supuso, al menos teóricamente, una mejora en las condiciones de vida de sus habitantes, pero su situación, sobre todo durante esos primeros años, con carencias en las infraestructuras y edificaciones inconclusas, estuvo muy lejos de ser ideal. Poco a poco, una vez más, la conciencia social fue surgiendo y, al igual que había ocurrido en algunos barrios de chabolas como Uretamendi, en 1968 surgió una asociación de vecinos, la Asociación de Familias de Otxarkoaga, que durante las siguientes décadas luchó por conseguir mejorar las condiciones de las viviendas y del barrio en general, reivindicando soluciones para los problemas en las infraestructuras y los espacios públicos, y para las deficiencias constructivas de las edificaciones, mejoras y reparaciones que se fueron acometiendo en sucesivas fases a partir de los años 70, inicialmente por parte de los propios vecinos y posteriormente por parte de la Administración, mediante la redacción de un plan especial de reforma interior y saneamiento.
No cabe duda de que Otxarkoaga ha conseguido sobrevivir a todas sus vicisitudes y se ha convertido, 60 años después de su construcción, en uno de los barrios más carismáticos de Bilbao, el lugar en el que abundan las flores amarillas o los lobos.
Bilbao Arquitectura