Bilbao…est imitatio vitae…
Una vez leído este aforismo de Cicerón “…est imitatio vitae, speculum consuetudinis imago veritatis…”, me llevó a sostener este otro axioma: “Bilbao por extensión encuentra su fundamento en la imitación”. Una vez asumido dicho adagio le lleva a uno a cuestionarse que en una ciudad que se fomenta que lo que parece probablemente es, ¿qué tipo de ciudad es?. En su configuración, al menos, no es ni fue sino una consecuencia más del deseo vehemente de sus dirigentes por tratar de mimetizar lo foráneo.
Sirva como ejemplo el desarrollo urbano suscitado desde los años 40 del pasado siglo XX, en la extensión del ensanche de Deusto, con la propuesta de la Obra Sindical del Hogar en San Ignacio. Este fue un proyecto que trató de imitar, la entonces admirada por el régimen de Franco, nueva arquitectura alemana surgida bajo el nazismo. Aquella arquitectura basada en el término “Zweckgsinnung”, es decir, la idea inspiradora de una obra en función de su finalidad. Término acuñado por Paul Frankl. Se trataba de una arquitectura de masas y de moles, de paramentos desnudos, de columnas dóricas, con su ábaco pero sin su capitel y sin basa, con una pilastra de línea recta, con un largo arquitrabe, una arquitectura matemática, de alto relieve y estela escultural. Los barrios que iban surgiendo durante los años 50 y 60, en Otxarkoaga, Uretamendi, Altamira, Ensanche de Begoña o Txurdinaga…el modelo propuesto no fue sino a imitación de los poblados dirigidos, de absorción, de las unidades vecinales y de los polígonos de descongestión de Madrid, tanto tipológica como formalmente. El grupo Astigarraga de viviendas municipales, no fue más que una copia de aquellas unidades de habitar de Francia y de las viviendas sociales corredor, erigidas durante la posguerra en Rotterdam. El nuevo Bilbao pensado para el valle de Asúa no pretendió sino reproducir las innovadoras experiencias arquitectónicas que llegaban de Brasilia de la mano de Oscar Niemeyer y Lucio Costa. Así como las políticas de rehabilitación y reconversión provenientes del Reino Unido aplicadas durante la transición. Los rascacielos y los shopping centers que se erigieron sobre la trama urbana bilbaína, en Deusto, Zabalburu o en el Ensanche, durante los años 60, resultaron ser meras reproducciones de los proyectos que llegaban de los Estados Unidos. Las propuestas, es más, se repetían también en Madrid, financiadas por el capital bilbaíno, como en la Gran Via Diagonal, el triángulo Princesa y AZCA, con aquella manhattanización. Pretendían, tanto en Madrid como en Bilbao, imitar aquella parte de Nueva York, sus rascacielos, sus calles 42 y 55, entre Madison y Brodway, la Quinta Avenida y sus calles adyacentes, con sus comercios y espectáculos. Con todo ello, según se desprende del análisis de dichos proyectos, no se pretendía sino adquirir la imaginería urbana neoyorkina, tomada como paradigma de la metrópoli moderna. Trataban de reproducir un imaginario del progreso mediante el que pretendían impulsar su industria además de modernizar sus sistemas productivos. Aquella importación, tanto de materiales y productos como de ideas, no respondía más que a la búsqueda de manera enfermiza de una estética moderna y de un sistema de producción acorde al progreso americano. La élite financiera de Bilbao coincidía en sus ideas con las que planteaba Robert Fitch en “The Assassination of New York”, dado que trataba de sostener que lo que querían los Rockefeller para Nueva York era un prerrequisito para comprender en qué se convertiría la ciudad. A lo que tachó Frederic Jameson de conspiración de la estructura de poder de la ciudad. Para acto seguido tildarla de milagro de la modernización. Sería Jürger Habermas quien sostendría que esa modernización no sería sino una conciencia de transición, de rebelión contra las funciones normalizadoras de la tradición, modernidad que vivía de la experiencia de rebelarse contra todo cuanto era normativo. En Nueva York, la inestabilidad era la norma, según Dore Ashton. Incluso el poeta neoyorkino Allen Ginsberg, en uno de sus versos, llegó a sostener a ese respecto “America te lo ha dado todo y ahora no soy nada…” Pero resulta tan contradictorio como sorprendente, porque se trataba de una sociedad que suscitaba el pensamiento de que quien innova es quien triunfa, es quien es reconocido para la posteridad, y en cambio, quien imitaba no era sino defenestrado incontinenti.
Por imitar también fue imitada, -previo al Bilbao regenerado-, la peor de las facetas posibles de la ciudad industrializada; la de una ciudad genocida, ¿Cuantas personas murieron por efecto de la contaminación en Bilbao durante los años 60 y 70? Entonces era Bilbao, hoy podría ser Beijing. Consecuencia de las cientos de fábricas que contaminaban la atmosfera y los ríos por los gases emitidos y que eran altamente tóxicos. La prensa publicaba que las mujeres bilbaínas no podían utilizar medias de nailon porque estas eran horadadas como efecto de la acidez corrosiva que impregnaba el aire. Entonces era habitual ver el infierno terrenal en que se había convertido aquel Bilbao fumífero, ciertamente erumnoso, con los charcos rodeados de azufre, los ríos sin vida, que cambiaban de color dependiendo del producto tóxico que arrojaban las empresas químicas a sus aguas. El humo tóxico que cubría la ciudad con una gran nube perenne impedía respirar a los bilbaínos. Un Bilbao dual, que dentro de su limes proporcionaba cobijo pero que a su vez era capaz de aniquilar todo atisbo de vida. Baste recordar la imagen apocalíptica de aquel Bilbao, de estética gris, pluviosa, de fábricas, de humos, hecha de metal y cemento…bajo una situación tan alarmante como dramática por causa de la contaminación, con aquellas huertas que no daban frutos, los árboles secos, las flores y plantas de los balcones de las casas marchitas, la vida vegetal prácticamente eliminada, los pájaros morían envenenados, el ganado se negaba a comer hierba con esos altos índices de toxicidad, las carrocerías de los coches se veían afectadas por los ácidos. Los efectos de los cianhídricos (cianuro de hidrógeno), con componentes altamente tóxicos, y el triclorofenol (dioxina) que formaba nubes tóxicas y que cuando había escapes de la industria química local provocaban a los bilbaínos dolores, nauseas, enrojecimiento de la piel, diarreas, convulsiones, ataxia y afecciones al hígado. La Gaceta del Norte sostenía en sus portadas que el envenenamiento de las fábricas acortaba las vidas de numerosos bilbaínos al producirles graves problemas de salud.
Garikoitz Gamarra, coautor de “Bilbao y su doble”, sostenía en torno al actual Bilbao, que este se había convertido en un icono, virtual, interesado más en su parecer que en su ser…del cual esperaba que no acabara siendo la repetición de un mundo muerto por inanición. Conocedor de que el Bilbao iconólatra de hoy, a pesar de parecer haberse reinventado como ciudad, de ser un lugar estratégico, -tal y como lo denominó Saskia Sassen-, no aportaba ningún argumento innovador ni en su integumento, ya que pasó por lo que ya pasaron Glasgow, Abeerden, Cardiff, Londres, Pittsburgh o Baltimore…Tal y como sostuvieron los profesores Arantxa Rodríguez y Lorenzo Vicario, aquella singular e innovadora estrategia de regeneración urbana sustentada por las autoridades, era cuando menos inverosímil porque simplemente se había limitado a imitar a otros. Lo que me hizo recordar las palabras de Eugenio Trías sobre la mimesis, “…nada es original, nada es nuevo bajo el sol, si bien todo puede ser renovado…”.
El Bilbao imitador parecía que fue configurando una ciudad farsista, sin personalidad, sin confianza en sí, que permanecía en plena incertidumbre, sin saber hacia dónde iba. Tal vez porque creyese que no tenía nada importante que decir ni aportar, ya que había buscado en el exterior su ser, su sino, incapaz de crearlo ni de imaginarlo, tan solo de imitarlo. Aldo Rossi llegó a sostener que la geografía de la ciudad era inseparable de su historia y sin ella no se podría comprender su arquitectura. A la industria, por el contrario, la tachaba de ser la fuente de todo mal y auténtica protagonista de la transformación urbana. Kevin Lynch ya sostuvo que la ciudad era el símbolo poderoso de una sociedad compleja, para seguido manifestar que, no obstante, nuestra percepción de la ciudad siempre sería parcial cuando no fragmentaria. Albert Camus, ante este tipo de preceptos, sostenía que todos tratamos de imitar, repetir, recrear nuestra propia realidad, y es que terminamos por tener el rostro de nuestras verdades. Incluso cuando Simone de Bouvoir llegó a sostener que los niños no son sino semillas de canallas, con ello no pretendía sino sustentar que las miserias y mezquindades de los padres serían finalmente imitadas por sus hijos. La ciudad, al fin y al cabo, no es sino el fiel reflejo de sus habitantes. Si Ignatius Gallaher, personaje de James Joyce, llegó a sustentar que Londres era mitad de una cosa y tres cuartos de la otra, ¿qué diría hoy de este Bilbao imitador? Un Bilbao que seduce y fascina por su novedad imitada, por su estética replicante, pero que transcurrido cierto tiempo, esta desaparece sin más. Lo que al principio era incitativo, que sugería algo mágico e innovador, con el tiempo va perdiendo fuerza, se vuelve trivial, gurdo e incluso acaba siendo ignorado…Acaso acaeció por haber ofrecido una faceta de ciudad desnaturalizada, repetitiva, a imagen y semejanza de cualquier otra del mundo, por su afán más que transgresor yo diría émulo de otras urbes como Nueva York, Paris, Londres…lo que acabaría siendo una prognosis más de hacia dónde iba y en qué acabaría transformándose Bilbao.
Luis Bilbao Larrondo (Doctor en Historia)